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En los últimos pasos de la vida

A comienzos de la década de 1960, un periodista español visitó la casa de Don Arturo. A su vuelta a Barcelona publicó un artículo en el cual nos dejó sus impresiones: “Su mansión, una sencilla y holgada vivienda de Montevideo, apartada del ruido de las grandes arterias ciudadanas. Sobre la puerta, su escudo –Don Quijote y Sancho cabalgando- y el mote ‘Vive el ideal’. A la derecha e izquierda del zaguán una Inmaculada y un mosaico quijotesco.  Llamamos: salió la sobrina, luego e propio don Arturo, campechano y vivaz; su aspecto desmiente los 70 que lleva a la taleguilla. Desde el primer momento cautiva su simpatía. Subimos a su biblioteca-santuario: cuadros, porcelanas, diplomas, todo ambienta en torno a la obra cervantista. A veces la foto de alguna otra devoción: Zorrilla de San Martín, Menéndez y Pelayo, Balmes … Un magnífico pergamino con las mejores firmas católicas uruguayas es fehaciente testimonio del apostolado del Buen Libro, que siempre fue la palestra católica del señor Xalambrí. Porque, eso sí, don Arturo es católico a machacamartillo ‘cogitatione, verbo et opere’. Entramos en la biblioteca museo: es para quedar uno extasiado. Cuanto acerca de Cervantes se ha escrito en libros, revistas, periódicos… todo tiene cabida en aquel holgado, pero incapaz recinto. Si todo libro tiene su historia, la historia de los libros del señor Xalambrí es por demás aventurera. Y sólo así se explica la rareza y variedad de los ejemplares que en ella se guardan: desde el Quijote en japonés del cual se hicieron sólo 70 ejemplares, pasando por otras ediciones en chino, árabe, griego, vasco, sueco, quechua, guaraní, hebreo, inglés, francés, muchas en italiano y muchísimas en castellano, forman el conjunto admirable de unas 400 ediciones diversas. Nos muestra la primer edición americana, realizada en Montevideo en 1880, verdadero timbre de gloria para la prensa uruguaya; otra en latín macarrónico, aquella que comienza por ‘In unus locus manchegus cuius nomen non volo calentare cascos…”’.

 

Años más tarde trasladaría su residencia al balneario San José de Carrasco. A la luz del sol se le veía caminar siempre con un libro en la mano, que aprovechaba a leer en cada descanso; y así como el Caballero de la Triste Figura: “en los últimos pasos de la vida” le alcanzó “el de la muerte, en vejez suave y madura”, era el 3 de setiembre de 1975. 

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